martes, 20 de noviembre de 2012

DEFORESTACIÓN, MINERÍA Y PETRÓLEO EN ECUADOR. Un negocio enmascarado en las sombras.

 Una de las primeras sorpresas que sentí al cruzar la frontera entre Colombia y Ecuador fue ver el grado de explotación de los bosques. Más allá de las innumerables zonas de montaña en las que pareciera que el eucalipto y el pino son los árboles nativos, sorprende aún más el estado de la costa y la absoluta barbaridad que se ha producido y produce contra el bosque protector tropical y los manglares. Inquietado por averiguar cuáles eran las causas de ese grado de deforestación, tardé unos cuantos días en juntar las piezas del rompecabezas, investigar un poco y entender qué es lo que se escondía detrás de algunas de las luces que a veces ciegan el camino del entendimiento.

Al principio, encontré como un gran acierto por parte del gobierno de Correa el estado de las carreteras y además, ingenuo de mí, no pensé en la relación comercial que tenía y las gravísimas repercusiones sobre el medio. Pensé más bien en lxs afortunadxs habitantes del Ecuador que podían disfrutar de unas vías de comunicación que, sin duda, son unas de las mejores de Sudamérica. Pero no vislumbré, al otro lado de la escena, a la gran industria maderera, minera y petrolera frotándose las manos al obtener vía libre para avanzar en un negocio que siempre irá en contra del interés general. Si bien sería absurdo hacer responsable de todo ello al gobierno actual de Ecuador, si que es obvio que el principal promotor de toda esa maquinaria de “progreso” en forma de vías asfaltadas es el lucrativo beneficio que obtiene de ellas las empresas extranjeras y nacionales y que encima es vendida a la sociedad como un triunfo social, sin explicar las nefastas consecuencias que se derivan de una política económica claramente expoliadora y capitalista. De socialista, por tanto, las medidas económicas en materia de producción de Correa tienen poco; y no son más que una continuación de las medidas neoliberales que arrasan por todo el mundo y más aún, de la concepción etnocentrista que desde hace milenios guía las decisiones de los poderosos y que entiende la naturaleza como un medio al cual explotar hasta agotarlo.

Deforestación en la selva ecuatorina
 Pero resulta aterrador que en un país con una diversidad tan increíble se de esta paradoja de explotación de los bosques en sus tres ecosistemas nacionales: costa, montaña y selva. Sin embargo, el origen de este desastre es mucho más antiguo. Como no, de nuevo, la sombra de la larga noche de los 500 años también planea sobre el estado actual de los bosques ecuatorianos. Pero más grave que las tropelías cometidas por los colonos europeos han resultado las medidas de los diferentes gobiernos tras la independencia, siendo los últimos 50 años el escenario más devastador para el tercer país en cuanto a biodiversidad del planeta. Las consecuencias no se han hecho esperar y, en dicha etapa, el ritmo de la tala ha producido graves trastornos no solo medioambientales (erosión de suelos, desertización, pérdida de flora y fauna autóctona, corrimientos de tierra) sino también sociales, ya que con la excusa de cultivar nuevos terrenos (especialmente dedicados a los monocultivos de productos a exportar a los países del Norte como cacao o banano) miles de campesinos y comunidades indígenas comenzaron a talar los bosques atraídos por un dinero que nunca acaba de llegar pues han de enfrentarse con los problemas característicos del mercado capitalista (competitividad, aislamiento, inversiones extranjeras cambiantes) y de los propios cultivos. Y el precio a pagar es carísimo pues están jugando con la estabilidad de los ecosistemas, un bien milenario que precisamente ha sido defendido por los pobladores indígenas de estas tierras.

 Es bien curioso como los países occidentales animan, por un lado, a países como Ecuador a repoblar con especies exóticas de rápido crecimiento mientras ellos (especialmente países como Francia o Estados Unidos) apuestan por especies de crecimiento más lento pero con mejores rendimientos a largo plazo como el cedro o el nogal. Y es que en este campo, también, el Sur no es más que un centro de producción para el Norte y para las oligarquías nacionales y, por tanto, las repercusiones sociales, medioambientales y culturales son, como mucho, molestos inconvenientes que han de ser escondidos, silenciados y falseados. Sólo así se entiende que las mismas culturas que defendían los bosques autóctonos y su función reguladora vayan cayendo, poco a poco, en la lógica capitalista de explotación. Pero, datos fríos aparte, no hay más que dar un paseo por un bosque tropical o una zona boscosa autóctona de estas latitudes y sentir la inmensidad de la vida que albergan. No es casualidad que se hable de la VIDA de los bosques, pues realmente pareciera que estan en movimiento con sus sonidos, olores y colores, otorgando un espacio para infinidad de roedores, insectos, aves, otras plantas, ríos, etc. Y después hacer la odiosa comparación en una zona repoblada. Se te cae el alma a los pies. 

Indígena del Quimsacocha
En el caso de la minería o las extarcciones petrolíferas la jugada es similar. Si bien el actual gobierno esta poniendo en marcha diversas medidas fiscales para evitar el fraude de las compañías, el motor es el mismo. Correa es un presidente que no contempla las repercusiones ecológicas en sus propuestas, como la inmensa mayoría de líderes mundiales. En Quimsacocha (cerca de Cuenca) los pueblos indígenas se negaron a permitir la extracción en sus tierras por miedo a que sus aguas quedaran contaminadas. La frase de Correa es definitoria: “son mendigos encima de una montaña de oro”.
Que más decir.

El pueblo de Ecuador merece una vida más justa, un reparto más equitativo de las inmensas riquezas que alberga el país en el que habitan y merecen también muchas de las políticas sociales que el gobierno de Correa ha puesto en marcha y que son, sin duda, infinitamente mejores que las políticas conservadoras a las que están acostumbrados por acá. Pero que no mientan. Las obras de mejoras de las vías por todo el país no las está construyendo la “revolución ciudadana” como rezan los miles de letreros por todo el país, sino las empresas explotadoras de los recursos naturales de un país que debería preservar mucho más esa herencia ancestral.

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martes, 6 de noviembre de 2012

CAFÉ Y CAÑA DE AZÚCAR EN COLOMBIA. O de qué se ríen Juan Valdez y Ardila Lülle.


Recorrer las hermosas zonas interiores de Colombia te regala el espectáculo incuestionable de una geografía verde, fértil y abundante. Sin embargo, la pobreza y la desnutrición (especialmente en forma de deficiencias nutricionales en amplios segmentos de la población) siguen siendo una constante que parece no tener final. Entonces uno comienza a observar las grandes -y no tan grandes- plantaciones de café y caña de azúcar (y de banana en el norte) con cierto aire de desconfianza. Como casi todo, una vez se “rasca” la superficie, comienzan a brotar las incoherencias y absurdos de este modelo social y económico global.

El caso del café es ejemplar. Colombia es el sexto productor de este grano a nivel mundial (hasta hace 5 años era el segundo) con 3,5 millones de sacos, de los cuales, obviamente se venden directamente a Occidente sin tostar. Esto se traduce en la ausencia de una industria nacional cafetera pujante, precios irrisorios para lxs pequeñxs productorxs (ni que decir para lxs trabajadorxs) y unos ostentosos beneficios para las grandes compañías multinacionales que manejan margenes abusivos en sus operaciones. El resultado es que el mejor café del mundo se vende a precio de ganga en los mercados occidentales y al final, quien pierde somos todos porque el precio de un café en Madrid o París no para de aumentar mientras las gentes que lo cultivan reciben salarios de miseria. Pero la pérdida para el colombiano no queda ahí. Orgullosos de su producto estrella, los colombianos importan a Perú el 70% del café que consumen, mientras que de la producción local solo se queda los granos defectuosos. Ya sabemos de que se reía Juan Valdez, se reía, por no llorar de las consecuencias de la implantación del café, de la codicia suscitada alrededor de este y de la pobreza que regala a miles de pequeños agricultores atraídos con los cantos de sirena de un dinero fácil que nunca acaba de llegar. Pero mejor escuchar directamente al colombiano Germán Meneses, corredor y catador de la tostadora neoyorkina BRC Coffee, quien explica que en Vietnam “el café tomó mucha fuerza varios años después de la guerra, hacia la segunda mitad de la década de los años ochenta”. Además de la incidencia de la política local ‘Doi Moi’ (renovación), se logró ayuda del Banco Mundial. “A lo anterior se suman la eficiencia de los sistemas de riego y la buena cantidad de fertilizantes que aplican a los cultivos; por otro lado se cuenta con una mano de obra incansable y más barata que en Latinoamérica”.


Carlos Ardila Lülle
Con la caña del azúcar pasa algo parecido. Sin embargo, el destino de la mayor parte de la producción es, a diferencia del café, abastecer un mercado interno en alza. De las 2 millones de toneladas producidas (de 19 millones de caña), el 75% va directamente al consumo doméstico e industrial (dulces, gaseosas, etc.). Aquí, el monopolio es patente. El conglomerado Ardila Lülle es uno de los más grandes de Colombia. Se originó en la industria de bebidas gaseosas que llegó a monopolizar, de manera que en la actualidad solamente compite con Coca Cola, ya que la franquicia de Pepsi está en sus manos. Posee empresas textiles y la cadena de radio y televisión RCN, una de las dos que controlan los medios colombianos. Una joyita vamos. El tipo fue capaz de imponer una medida tan irrisoria como nefasta económicamente: en Colombia la Ley 693 (2001), ordenó que a partir de 2006 la gasolina en las ciudades de más de 500 mil habitantes debía contener etanol (producido a partir de caña). Con la excusa de valores ecológicos y medioambientales, la medida salió adelante a pesar de que el costo de producción del etanol es superior al de la gasolina, pero además la imposición permite a Ardila Lülle vender el galón de etanol a US$ 2,40 mientras el de gasolina es vendido por Ecopetrol a US$ 1,26.

De este manera, ambos cultivos representan a la perfección la sinrazón del sistema capitalista. Tierras fértiles en manos de grandes latifundios que apuestan por invertir en monocultivos intensivos para vender las materias primas en crudo a las empresas multinacionales, leyes agrarias que potencian esta fórmula, campesinxs que seducidos por el dinero fácil acaban sucumbiendo ante la imposibilidad de competir en el mercado internacional (o los tradicionales problemas de las cosechas- lluvias, plagas, enfermedad holandesa-) y una población que sufre déficits alimenticios que podrían ser cubiertos con otra política agraria y una explotación más racional dedicada a cubrir las necesidades básicas de sus ciudadanxs.


Y en la otra cara de la moneda nosotrxs. Nuestros consumo irresponsable, nuestra falta de conciencia respecto de un problema que es el problema de todxs. Hasta cuándo mantendremos ese absurdo de reclamar justicia y no hacer más que maltartarla. Falta coherencia, falta que lo entendamos, que lo sintamos. Y falta construir alternativas para ayudarnos a rebelarnos. Entender a fondo que como decía Martin Luther King, “la injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes”. O esta otra, de Ghandi; “vive sencillamente para que otras puedan, sencillamente, vivir”.
Más info en:

- http://repository.unm.edu/bitstream/handle/1928/10550/Am%C3%A9rica%20Latina%20imperialismo%20recolonizaci%C3%B3n.pdf?sequence=1

- http://www.marxismo.org/files/LasVenasAbiertasdeAmericaLatina.pdf