Una de las
primeras sorpresas que sentí al cruzar la frontera entre Colombia y
Ecuador fue ver el grado de explotación de los bosques. Más allá
de las innumerables zonas de montaña en las que pareciera que el
eucalipto y el pino son los árboles nativos, sorprende aún más el
estado de la costa y la absoluta barbaridad que se ha producido y
produce contra el bosque protector tropical y los manglares.
Inquietado por averiguar cuáles eran las causas de ese grado de
deforestación, tardé unos cuantos días en juntar las piezas del
rompecabezas, investigar un poco y entender qué es lo que se escondía
detrás de algunas de las luces que a veces ciegan el camino del
entendimiento.
Al principio,
encontré como un gran acierto por parte del gobierno de Correa el
estado de las carreteras y además, ingenuo de mí, no pensé en la
relación comercial que tenía y las gravísimas repercusiones sobre
el medio. Pensé más bien en lxs afortunadxs habitantes del Ecuador
que podían disfrutar de unas vías de comunicación que, sin duda,
son unas de las mejores de Sudamérica. Pero no vislumbré, al otro
lado de la escena, a la gran industria maderera, minera y petrolera
frotándose las manos al obtener vía libre para avanzar en un
negocio que siempre irá en contra del interés general. Si bien
sería absurdo hacer responsable de todo ello al gobierno actual de
Ecuador, si que es obvio que el principal promotor de toda esa
maquinaria de “progreso” en forma de vías asfaltadas es el
lucrativo beneficio que obtiene de ellas las empresas extranjeras y
nacionales y que encima es vendida a la sociedad como un triunfo
social, sin explicar las nefastas consecuencias que se derivan de una
política económica claramente expoliadora y capitalista. De
socialista, por tanto, las medidas económicas en materia de
producción de Correa tienen poco; y no son más que una continuación
de las medidas neoliberales que arrasan por todo el mundo y más aún,
de la concepción etnocentrista que desde hace milenios guía las
decisiones de los poderosos y que entiende la naturaleza como un
medio al cual explotar hasta agotarlo.
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Deforestación en la selva ecuatorina |
Pero resulta
aterrador que en un país con una diversidad tan increíble se de
esta paradoja de explotación de los bosques en sus tres ecosistemas
nacionales: costa, montaña y selva. Sin embargo, el origen de este
desastre es mucho más antiguo. Como no, de nuevo, la sombra de la
larga noche de los 500 años también planea sobre el estado actual
de los bosques ecuatorianos. Pero más grave que las tropelías
cometidas por los colonos europeos han resultado las medidas de los
diferentes gobiernos tras la independencia, siendo los últimos 50
años el escenario más devastador para el tercer país en cuanto a
biodiversidad del planeta. Las consecuencias no se han hecho esperar
y, en dicha etapa, el ritmo de la tala ha producido graves trastornos
no solo medioambientales (erosión de suelos, desertización, pérdida
de flora y fauna autóctona, corrimientos de tierra) sino también
sociales, ya que con la excusa de cultivar nuevos terrenos
(especialmente dedicados a los monocultivos de productos a exportar a
los países del Norte como cacao o banano) miles de campesinos y
comunidades indígenas comenzaron a talar los bosques atraídos por
un dinero que nunca acaba de llegar pues han de enfrentarse con los
problemas característicos del mercado capitalista (competitividad,
aislamiento, inversiones extranjeras cambiantes) y de los propios
cultivos. Y el precio a pagar es carísimo pues están jugando con la
estabilidad de los ecosistemas, un bien milenario que precisamente ha
sido defendido por los pobladores indígenas de estas tierras.
Es bien curioso como los países occidentales animan, por un lado, a países como Ecuador a repoblar con especies exóticas de rápido crecimiento mientras ellos (especialmente países como Francia o Estados Unidos) apuestan por especies de crecimiento más lento pero con mejores rendimientos a largo plazo como el cedro o el nogal. Y es que en este campo, también, el Sur no es más que un centro de producción para el Norte y para las oligarquías nacionales y, por tanto, las repercusiones sociales, medioambientales y culturales son, como mucho, molestos inconvenientes que han de ser escondidos, silenciados y falseados. Sólo así se entiende que las mismas culturas que defendían los bosques autóctonos y su función reguladora vayan cayendo, poco a poco, en la lógica capitalista de explotación. Pero, datos fríos aparte, no hay más que dar un paseo por un bosque tropical o una zona boscosa autóctona de estas latitudes y sentir la inmensidad de la vida que albergan. No es casualidad que se hable de la VIDA de los bosques, pues realmente pareciera que estan en movimiento con sus sonidos, olores y colores, otorgando un espacio para infinidad de roedores, insectos, aves, otras plantas, ríos, etc. Y después hacer la odiosa comparación en una zona repoblada. Se te cae el alma a los pies.
Es bien curioso como los países occidentales animan, por un lado, a países como Ecuador a repoblar con especies exóticas de rápido crecimiento mientras ellos (especialmente países como Francia o Estados Unidos) apuestan por especies de crecimiento más lento pero con mejores rendimientos a largo plazo como el cedro o el nogal. Y es que en este campo, también, el Sur no es más que un centro de producción para el Norte y para las oligarquías nacionales y, por tanto, las repercusiones sociales, medioambientales y culturales son, como mucho, molestos inconvenientes que han de ser escondidos, silenciados y falseados. Sólo así se entiende que las mismas culturas que defendían los bosques autóctonos y su función reguladora vayan cayendo, poco a poco, en la lógica capitalista de explotación. Pero, datos fríos aparte, no hay más que dar un paseo por un bosque tropical o una zona boscosa autóctona de estas latitudes y sentir la inmensidad de la vida que albergan. No es casualidad que se hable de la VIDA de los bosques, pues realmente pareciera que estan en movimiento con sus sonidos, olores y colores, otorgando un espacio para infinidad de roedores, insectos, aves, otras plantas, ríos, etc. Y después hacer la odiosa comparación en una zona repoblada. Se te cae el alma a los pies.
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Indígena del Quimsacocha |
Que más decir.
El pueblo de
Ecuador merece una vida más justa, un reparto más equitativo de las
inmensas riquezas que alberga el país en el que habitan y merecen
también muchas de las políticas sociales que el gobierno de Correa
ha puesto en marcha y que son, sin duda, infinitamente mejores que
las políticas conservadoras a las que están acostumbrados por acá.
Pero que no mientan. Las obras de mejoras de las vías por todo el
país no las está construyendo la “revolución ciudadana” como
rezan los miles de letreros por todo el país, sino las empresas
explotadoras de los recursos naturales de un país que debería
preservar mucho más esa herencia ancestral.
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