El caso del café es ejemplar. Colombia
es el sexto productor de este grano a nivel mundial (hasta hace 5
años era el segundo) con 3,5 millones de sacos, de los cuales,
obviamente se venden directamente a Occidente sin tostar. Esto se
traduce en la ausencia de una industria nacional cafetera pujante,
precios irrisorios para lxs pequeñxs productorxs (ni que decir para
lxs trabajadorxs) y unos ostentosos beneficios para las grandes
compañías multinacionales que manejan margenes abusivos en sus
operaciones. El resultado es que el mejor café del mundo se vende a
precio de ganga en los mercados occidentales y al final, quien pierde
somos todos porque el precio de un café en Madrid o París no para
de aumentar mientras las gentes que lo cultivan reciben salarios de
miseria. Pero la pérdida para el colombiano no queda ahí.
Orgullosos de su producto estrella, los colombianos importan a Perú
el 70% del café que consumen, mientras que de la producción local
solo se queda los granos defectuosos. Ya sabemos de que se reía Juan
Valdez, se reía, por no llorar de las consecuencias de la
implantación del café, de la codicia suscitada alrededor de este y
de la pobreza que regala a miles de pequeños agricultores atraídos
con los cantos de sirena de un dinero fácil que nunca acaba de
llegar. Pero mejor escuchar directamente al
colombiano Germán Meneses, corredor y catador de la tostadora
neoyorkina BRC Coffee, quien explica que en Vietnam “el
café tomó mucha fuerza varios años después de la guerra, hacia la
segunda mitad de la década de los años ochenta”. Además de la
incidencia de la política local ‘Doi Moi’ (renovación), se
logró ayuda del Banco Mundial. “A lo anterior se suman la
eficiencia de los sistemas de riego y la buena cantidad de
fertilizantes que aplican a los cultivos; por otro lado se cuenta con
una mano de obra incansable y más barata que en Latinoamérica”.
![]() |
Carlos Ardila Lülle |
Con la caña del azúcar pasa algo
parecido. Sin embargo, el destino de la mayor parte de la producción
es, a diferencia del café, abastecer un mercado interno en alza. De
las 2 millones de toneladas producidas (de 19 millones de caña), el
75% va directamente al consumo doméstico e industrial (dulces,
gaseosas, etc.). Aquí, el monopolio es patente.
El
conglomerado Ardila Lülle es uno de los más grandes de Colombia. Se
originó en la industria de bebidas gaseosas que llegó a
monopolizar, de manera que en la actualidad solamente compite con
Coca Cola, ya que la franquicia de Pepsi está en sus manos. Posee
empresas textiles y la cadena de radio y televisión RCN, una de las
dos que controlan los medios colombianos. Una joyita vamos. El tipo
fue capaz de imponer una medida tan irrisoria como nefasta
económicamente: en Colombia la Ley 693 (2001), ordenó que a partir
de 2006 la gasolina en las ciudades de más de 500 mil habitantes
debía contener etanol (producido a partir de caña). Con la excusa
de valores ecológicos y medioambientales, la medida salió adelante
a pesar de que el costo de producción del etanol es superior al de
la gasolina, pero además la imposición permite a Ardila Lülle
vender el galón de etanol a US$ 2,40 mientras el de gasolina es
vendido por Ecopetrol a US$ 1,26.
De
este manera, ambos cultivos representan a la perfección la sinrazón
del sistema capitalista. Tierras fértiles en manos de grandes
latifundios que apuestan por invertir en monocultivos intensivos para
vender las materias primas en crudo a las empresas multinacionales,
leyes agrarias que potencian esta fórmula, campesinxs que seducidos
por el dinero fácil acaban sucumbiendo ante la imposibilidad de
competir en el mercado internacional (o los tradicionales problemas
de las cosechas- lluvias, plagas, enfermedad holandesa-) y una
población que sufre déficits alimenticios que podrían ser
cubiertos con otra política agraria y una explotación más racional
dedicada a cubrir las necesidades básicas de sus ciudadanxs.
Y
en la otra cara de la moneda nosotrxs. Nuestros consumo
irresponsable, nuestra falta de conciencia respecto de un problema
que es el problema de todxs. Hasta cuándo mantendremos ese absurdo
de reclamar justicia y no hacer más que maltartarla. Falta
coherencia, falta que lo entendamos, que lo sintamos. Y falta
construir alternativas para ayudarnos a rebelarnos. Entender a fondo
que como decía Martin Luther King, “la
injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en
todas partes”.
O
esta otra, de Ghandi; “vive
sencillamente para que otras puedan, sencillamente, vivir”.
Más info en:
- http://repository.unm.edu/bitstream/handle/1928/10550/Am%C3%A9rica%20Latina%20imperialismo%20recolonizaci%C3%B3n.pdf?sequence=1
- http://www.marxismo.org/files/LasVenasAbiertasdeAmericaLatina.pdf
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