martes, 6 de noviembre de 2012

CAFÉ Y CAÑA DE AZÚCAR EN COLOMBIA. O de qué se ríen Juan Valdez y Ardila Lülle.


Recorrer las hermosas zonas interiores de Colombia te regala el espectáculo incuestionable de una geografía verde, fértil y abundante. Sin embargo, la pobreza y la desnutrición (especialmente en forma de deficiencias nutricionales en amplios segmentos de la población) siguen siendo una constante que parece no tener final. Entonces uno comienza a observar las grandes -y no tan grandes- plantaciones de café y caña de azúcar (y de banana en el norte) con cierto aire de desconfianza. Como casi todo, una vez se “rasca” la superficie, comienzan a brotar las incoherencias y absurdos de este modelo social y económico global.

El caso del café es ejemplar. Colombia es el sexto productor de este grano a nivel mundial (hasta hace 5 años era el segundo) con 3,5 millones de sacos, de los cuales, obviamente se venden directamente a Occidente sin tostar. Esto se traduce en la ausencia de una industria nacional cafetera pujante, precios irrisorios para lxs pequeñxs productorxs (ni que decir para lxs trabajadorxs) y unos ostentosos beneficios para las grandes compañías multinacionales que manejan margenes abusivos en sus operaciones. El resultado es que el mejor café del mundo se vende a precio de ganga en los mercados occidentales y al final, quien pierde somos todos porque el precio de un café en Madrid o París no para de aumentar mientras las gentes que lo cultivan reciben salarios de miseria. Pero la pérdida para el colombiano no queda ahí. Orgullosos de su producto estrella, los colombianos importan a Perú el 70% del café que consumen, mientras que de la producción local solo se queda los granos defectuosos. Ya sabemos de que se reía Juan Valdez, se reía, por no llorar de las consecuencias de la implantación del café, de la codicia suscitada alrededor de este y de la pobreza que regala a miles de pequeños agricultores atraídos con los cantos de sirena de un dinero fácil que nunca acaba de llegar. Pero mejor escuchar directamente al colombiano Germán Meneses, corredor y catador de la tostadora neoyorkina BRC Coffee, quien explica que en Vietnam “el café tomó mucha fuerza varios años después de la guerra, hacia la segunda mitad de la década de los años ochenta”. Además de la incidencia de la política local ‘Doi Moi’ (renovación), se logró ayuda del Banco Mundial. “A lo anterior se suman la eficiencia de los sistemas de riego y la buena cantidad de fertilizantes que aplican a los cultivos; por otro lado se cuenta con una mano de obra incansable y más barata que en Latinoamérica”.


Carlos Ardila Lülle
Con la caña del azúcar pasa algo parecido. Sin embargo, el destino de la mayor parte de la producción es, a diferencia del café, abastecer un mercado interno en alza. De las 2 millones de toneladas producidas (de 19 millones de caña), el 75% va directamente al consumo doméstico e industrial (dulces, gaseosas, etc.). Aquí, el monopolio es patente. El conglomerado Ardila Lülle es uno de los más grandes de Colombia. Se originó en la industria de bebidas gaseosas que llegó a monopolizar, de manera que en la actualidad solamente compite con Coca Cola, ya que la franquicia de Pepsi está en sus manos. Posee empresas textiles y la cadena de radio y televisión RCN, una de las dos que controlan los medios colombianos. Una joyita vamos. El tipo fue capaz de imponer una medida tan irrisoria como nefasta económicamente: en Colombia la Ley 693 (2001), ordenó que a partir de 2006 la gasolina en las ciudades de más de 500 mil habitantes debía contener etanol (producido a partir de caña). Con la excusa de valores ecológicos y medioambientales, la medida salió adelante a pesar de que el costo de producción del etanol es superior al de la gasolina, pero además la imposición permite a Ardila Lülle vender el galón de etanol a US$ 2,40 mientras el de gasolina es vendido por Ecopetrol a US$ 1,26.

De este manera, ambos cultivos representan a la perfección la sinrazón del sistema capitalista. Tierras fértiles en manos de grandes latifundios que apuestan por invertir en monocultivos intensivos para vender las materias primas en crudo a las empresas multinacionales, leyes agrarias que potencian esta fórmula, campesinxs que seducidos por el dinero fácil acaban sucumbiendo ante la imposibilidad de competir en el mercado internacional (o los tradicionales problemas de las cosechas- lluvias, plagas, enfermedad holandesa-) y una población que sufre déficits alimenticios que podrían ser cubiertos con otra política agraria y una explotación más racional dedicada a cubrir las necesidades básicas de sus ciudadanxs.


Y en la otra cara de la moneda nosotrxs. Nuestros consumo irresponsable, nuestra falta de conciencia respecto de un problema que es el problema de todxs. Hasta cuándo mantendremos ese absurdo de reclamar justicia y no hacer más que maltartarla. Falta coherencia, falta que lo entendamos, que lo sintamos. Y falta construir alternativas para ayudarnos a rebelarnos. Entender a fondo que como decía Martin Luther King, “la injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes”. O esta otra, de Ghandi; “vive sencillamente para que otras puedan, sencillamente, vivir”.
Más info en:

- http://repository.unm.edu/bitstream/handle/1928/10550/Am%C3%A9rica%20Latina%20imperialismo%20recolonizaci%C3%B3n.pdf?sequence=1

- http://www.marxismo.org/files/LasVenasAbiertasdeAmericaLatina.pdf


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