martes, 30 de octubre de 2012

LA ESCALOFRIANTE MILITARIZACIÓN DE COLOMBIA. Apuntes sobre un estado de sitio encubierto.

Colombia es un país tomado por las armas. Es imposible abstraerse a la aglomeración de polícias y soldados que se acumulan en las plazas, calles y carreteras a lo largo y ancho de su territorio. Con una dotación cada vez mayor de efectivos (625.000 efectivos en el año 2010) la excusa de la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla ya no es creíble. Un oscuro negocio, auspiciado por su socio del norte, se erige en el centro del vendaval, con una sociedad civil cada vez más cansada de las miserias diarias que ha de soportar en pos de una supuesta seguridad que no se traduce en los hechos. Las estadísticas dicen que en Colombia no solo no han descendido los pequeños delitos sino que han aumentado; la guerrilla sigue activa y el los grandes beneficiarios del tráfico de drogas (en ambas trincheras) campan a sus anchas. Sin embargo, las inversiones extranjeras en armamento y equipaciones no paran de aumentar y, si bien es cierto que la gente ve con otros ojos la política de interior del gobierno de Santos (el actual presidente) respecto de la de su predecesor Uribe, el hartazgo es generalizado ante las constantes vejaciones (cacheos, inspecciones de autos y buses, detenciones arbitrarias...) y violaciones de derechos humanos. Sin contar con la proliferación y consolidación de los grupos paramilitares que ejercen la ley del terror en vastas regiones del interior del país.

En un solo trayecto llegué a vivir el absurdo de 3 retenes consecutivos en menos de 30 km que nos hicieron bajar y ser revisados, como si todo ese dispensario en equipamiento no sirviera para comunicarse por radio y avisar de que tal autobus esta limpio. La gente esta cansada. Además, los abultados sueldos de las fuerzas represivas y su actitud de superioridad generalizada respecto de los civiles va causando mella en la sociedad, que poco a poco va aumentando su desprecio por unas fuerzas armadas que no sienten como suyas. Todo atiende a una estrategia sistémica en la que mandan las grandes fortunas y los intereses de los grandes propietarios que ven en las reclamaciones históricas de la guerrilla (muchas veces encarnadas en sectores de trabajadores en la actualidad y ya no en la propia guerrilla) una amenaza patentehacia sus intereses. Si bien es cierto que esta última no ha hecho más que ganarse a pulso la indiferencia popular (cuando no el rechazo), una parte creciente de la sociedad va comprendiendo que todo es una farsa y que el dinero que es invertido en defensa bien podría destinarse a luchar contra las causas de un conflicto que no deja de ser el conflicto de siempre, el conflicto de cualquier parte: el injusto reparto de la riqueza y la acumulación de esta en pocas manos que no hacen más que perpetuar su status sin reinvertir sus ganancias en mejorar las condiciones de la vida del país.

Una juventud cada vez más consciente de su papel en este juego pone de manifiesto cada tanto la inoperancia de un sistema injusto y recibe balas a cambio. Bien lo saben los estudiantes de Manizales, de Medellín o de Bogota; facultades que acumulan muertos en lugar de becas y propuestas de mejora. Lejos de amedrentarse, esta joven generación sigue rebelándose a pesar de la brutalidad con la que son reprimidas sus demandas de revisión e igualdad social. Es bochornoso presenciar los medios con los que cuentan las fuerzas represivas en un país con tantas desigualdades y en el que la pobreza es un factor hereditario. La publicidad y los voceros cumplen su papel, como era de esperar. Las campañas de exaltación patriótica estan en todas partes, pero sobre todo en aquellos lugares donde la tradición subversiva y constestataria es más evidente. Para joder, supongo. Sin embargo, las fachadas de muchas ciudades son un termómetro perfecto para medir la capacidad de resitencia de una población que no calla.

Los métodos para captar nuevos integrantes son definitorios. Gentes humildes que fueron desplazadas de sus tierras y que no han sabido comprender quien es el enemigo acaban engrosando las filas del aparato que les había expulsado; se encuentran luchando para defender los intereses de sus verdugos y disparando a lxs que pelean por mejorar las condiciones de sus iguales. El mundo al revés; el absurdo mundo que deja a Colombia, un país empobrecido y preso de los desgnios de sus inversores extranjeros, con una militarización creciente que, lejos de apaciguar sus conflcitos, no hace más que reavivarlos. Así, Colombia tiene el honor de ocupar un aberrante tercer escalón en el podio de las inversiones en seguridad con relación a su Producto Interior Bruto, sólo superado por Israel (8,7%) y Burundi (6,3%). Por no hablar de las cantidades recibidas de forma indirecta desde Estados Unidos en campañas como el famoso Plan Colombia.


 Ante una creciente conflicitividad social, fruto de la expresiones cada vez más descaradas de la desigualdad en el seno de las jóvenes democracias sudamericanas y de los anhelos inalcanzados de una población acostumbrada a la sumisión, la respuesta de los gobiernos, como en el caso de Colombia, es la porra y las balas. Mientras tanto, la educación, el acceso a la información y el trabajo, la industria, la reforma agraria y las políticas sociales se quedan, ahogadas, en el fondo de las agendas.

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